martes, 20 de marzo de 2007

Costumbres Religiosas


MANOS UNIDAS PARA LA PLEGARIA

Para nuestros antepasados, uno de los gestos más antiguos y reverentes que acompañaban a la plegaria era alzar brazos y manos hacia el cielo. Con el tiempo, los brazos se replegaron y se cruzaron ante el pecho, colocando las dos muñecas sobre el corazón.

Cada una de estas posturas posee una lógica intrínseca y una intención obvia, puesto que Dios reside en el cielo y se tiene la creencia de que el corazón es la sede de las emociones. La práctica, mucho más reciente, de unir las manos formando una especie de triángulo parece menos obvia, e incluso resulta intrigante.

No se la menciona para nada en la Biblia y no apareció en la Iglesia cristiana hasta el siglo IX. Posteriormente, escultores y pintores la incorporaron en escenas que representaban épocas muy anteriores a su origen, el cual, al parecer, nada tiene que ver con la religión o la adoración, y sí mucho con la subyugación y la servidumbre.

Los historiadores de la religión remontan este gesto al acto de atar las manos de un prisionero, y aunque los juncos, las cuerdas o más tarde las esposas siguieron cumpliendo su función de defensa de la ley y el orden, las manos unidas pasaron a simbolizar la sumisión del hombre respecto a su Creador.

Pruebas históricas contundentes indican que la unión de las manos se convirtió en un gesto corriente y ampliamente practicado mucho antes de que se lo apropiara y lo formalizara la Iglesia cristiana. Antes de que enarbolar una bandera blanca simbolizara la rendición, un romano capturado podía evitar la muerte inmediata adoptando esta postura de las manos atadas.

Para los antiguos griegos, este gesto tenía el poder mágico de refrenar a los espíritus ocultos hasta que éstos se doblegaran al dictado de un sumo sacerdote. En la Edad Media, los vasallos rendían homenaje y prometían fidelidad a los señores feudales uniendo las manos. A partir de prácticas tan evidentes, todas ellas con una intención común, el cristianismo asumió el gesto como signo de la obediencia total del hombre a la autoridad civil. Más tarde, muchos autores cristianos ofrecieron y alentaron un origen más piadoso y pintoresco, como que las manos unidas representaban el puntiagudo campanario de una Iglesia.

Personajes destacables del Cristianismo en la Edad Media

Gregorio Magno

Gregorio Magno fue el único Papa destacable en el siglo sexto. Fue un hombre piadoso, y fue responsable del envío de un grupo de monjes misioneros a Inglaterra, encabezados por Agustín. Fueron recibidos amistosamente, y comenzó una gran obra evangelística, aunque el evangelio había sido predicado en las Islas Británicas mucho antes que llegaran Agustín y sus monjes. A pesar de que este período vio varias otras actividades misioneras, que indudablemente llevaron a la conversión de muchas almas, las cosas estaban volviéndose más oscuras por todas partes, y el poder corruptor de Roma estaba creciendo de manera alarmante.


Juan Wycliffe

Juan Wycliffe ha sido con justicia descrito como la Estrella Matutina de la Reforma. De hecho, fue el primer reformador de la cristiandad, el Lutero de Inglaterra. Pero no había llegado todavía el tiempo del avivamiento. Sus mordientes críticas contra Roma, en las que no vaciló en tildar al Papa de Anticristo, atrajeron sobre su cabeza un torrente de anatemas.


Gregorio VII



Papa de la Iglesia católica de 1073 a 1085.
Nacido en la Toscana italiana en el seno de una familia de baja extracción social, crece en el ámbito de la Iglesia romana al ser confiado a su tío, abad del monasterio de Santa María en el Aventino, donde hizo los votos monásticos.
En el año 1045 es nombrado secretario del papa Gregorio VI, cargo que ocupará hasta 1046 en que acompañará a dicho Papa a su destierro en Colonia tras ser depuesto en un concilio, celebrado en Sutri, acusado de simonía en su elección.
En 1046, al fallecer Gregorio VI, Hildebrando ingresa como monje en el monasterio de Cluny en donde adquirirá las ideas reformistas que regirán el resto de su vida y que le harán encabezar la conocida Reforma gregoriana.
Hasta el año 1049 no regresa Hildebrando a Roma cuando es requerido por el papa León IX para actuar como legado pontificio, lo que le permitirá conocer los centros de poder de Europa. Actuando como legado se encontraba, en 1056, en la corte alemana, para informar de la elección como Papa de Víctor II cuando este falleció y se eligió como sucesor al antipapa Benedicto X. Hildebrando se opuso a esta elección y logró que se eligiese papa a NicolásII.
En 1059 es nombrado por Nicolás II, archidiácono y administrador efectivo de los bienes de la Iglesia, cargo que le llevó a detentar tal poder que se llegó a decir que echaba de comer a “su Nicolás como a un asno en el establo”.